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Escribir, plantar y tener un libro

Entre el pudor y la espada

Salió apurado de su trabajo, miró el reloj y se aseguró de no llegar tarde al taller; era el primer día y bastante tenso estaba por el hecho de enfrentarse a un nuevo grupo de gente. Además, ingresaba en el segundo cuatrimestre del año 2016 y sus nuevos compañeros ya se conocerían entre sí.  Llegó al Club Cultural Matienzo y preguntó por el aula donde se dictaba el Taller de Escritura de Ficción; aún tenía algo de tiempo, así que decidió tomar una cerveza en la barra de la entrada, mientras veía llegar a la gente que se diluía por la escalera. Después de unos minutos, volvió a revisar su reloj y recorrió las escaleras como todos. El invierno lo había obligado a usar su gorra negra, se la sacó ni bien ingresó a la sala y, tímido, saludó a Ariel Idez, que le dio la bienvenida. Otros compañeros, expectantes, aguardaban con cuadernos y lapiceras en mano. En ese momento, Maximiliano Vázquez daba el primer paso de los muchos que daría hasta publicar su primer libro.

Los juegos infantiles con su hermano tenían el guion con su sello e imaginaba múltiples finales alternativos para los dibujos animados y películas; la génesis del escritor ya estaba en marcha. La adolescencia lo atravesó sin tanto guion y tuvo escenas que ni siquiera hubiera imaginado, la lectura fue un refugio. Novelas fantásticas e históricas amalgamaron a un espadachín de la escritura, aún sin saberlo.

Maximiliano sostiene que la lectura le ha brindado y le brinda una gran variedad de recursos para sus relatos, que es una caja de herramientas a la que le agrega cosas todo el tiempo y de donde extrae lo que necesita de manera casi inconsciente.

Un bar ruidoso del centro era la sede del primer taller del que participó. Con sus veinte años, y por sobre el ruido del entrechocar de las tazas de café, solo oía la lectura de lo que sus compañeros escribían. La vergüenza de desnudarse con su literatura le impedían mostrarse, incluso escribir. Unas vacaciones familiares y una noche de insomnio hicieron que por la madrugada surgiera, en un simple bloc de notas e ilustrado solo con el membrete del hotel, su primer cuento; así liberó al escritor que llevaba sujeto.

En el 2014 conoció a quien hoy es la primera lectora de cada uno de sus escritos: Carolina. Cuenta Maximiliano que el pudor hizo que recién un año más tarde se animara a confesarle que escribía, aunque no fue fácil para ella poder acceder a los relatos. Así y todo, Carolina se convirtió en su principal apoyo y fue quien le avisó del taller que daban en el Matienzo.

Allí Ariel era el maestro de ceremonias cada jueves. Había una suerte de orden, con consignas creativas, devoluciones ricas y fundamentos técnicos y teóricos que allanaban el camino. Maximiliano se esforzaba para estar a la par de sus compañeros o de superarlos, sacó en él ese costado competitivo que lo hacía buscar lo más cercano a la perfección. Así de prolíficos fueron esos meses. Ariel, a su vez, lo recuerda como alguien que se presentó con más timidez que modestia y que, por sobre todas las cosas, quería ser escritor, enseguida supo que no le mentía. Al año siguiente ya se había armado un grupo alrededor de Idez, que miércoles tras miércoles, se reunía en su estudio para seguir dándole cauce a la creatividad, a la imaginación. Entre todos se incentivaban a escribir más y mejor.

Sus compañeros de taller coinciden en que Maximiliano escribe mucho y que sobresale por su modo de trabajar tenaz. Por otra parte, es un gran analista de los trabajos de los demás, siempre tiene alguna devolución para hacer. Analizar otras obras es una forma interesante de crecer como creador.

Poco a poco, Maximiliano se animó a llevar sus cuentos a concursos literarios y así obtuvo un premio en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y formó parte de la antología Yo te cuento Bs. As. VII con su cuento Ida y vuelta, su primera aparición en un libro. Ese mismo año fue finalista en el Premio Itaú. Hasta ese momento, la escritura pertenecía exclusivamente a su mundo privado, pero estos premios fueron una buena oportunidad de que su familia lo viera asomarse como escritor, de que conociera su secreto mejor guardado.

Maximiliano afirma que participar de los concursos es para él una manera de tener un objetivo a corto plazo, una fecha límite, una obligación a sentarse a escribir y terminar de perfeccionar los cuentos. En las condiciones que ponen en las bases de los concursos, donde algunos ven restricciones, él descubre desafíos para foguearse, una invitación a probar con otros tipos de escritura, a dejar de lado la timidez. No ser seleccionado lo enoja un poco y sigue escribiendo.

Ariel cerró ese primer año de Clínica con una consigna: “Bueno, a ver si el año que viene empezamos a buscar editoriales, con miras a publicar algo”. Maximiliano sintió por primera vez que la idea de ser publicado era posible.

El 2018 lo tomó por completo para producir, para buscar una editorial que lo elija. Había llegado el momento de sembrar, de plantarse. Escribió a editoriales cuyos catálogos incluyeran obras contemporáneas y donde se les diera lugar a primeros libros; probó con distintos formatos de consulta. De un gran porcentaje de correos no obtuvo respuesta; algunas editoriales se repetían con fórmulas del tipo: “No estamos recibiendo manuscritos por ahora” o “ya tenemos cerrado el catálogo para este año y para el próximo”. Unos pocos le aceptaron el material, aunque pidiéndole paciencia porque estaban atrasados con las lecturas.

Con cuentos que fueron escritos durante el 2017 y el 2018, Maximiliano armó varias versiones de un libro, donde se agrupaban los cuentos que mejor dialogaban entre sí; buscó que el libro tuviera un arco narrativo propio, con cada cuento en el orden exacto. Una de estas versiones llegó a manos de Marina Gersberg, editora de Pánico el Pánico. Maximiliano había entrado a cada feria editorial y evento relacionado, con el afán de tomar contacto con los editores, pero una vez que se los encontraba cara a cara, perdía fuerza el envión. Sin embargo, en la FED 2019 todos los pasillos lo llevaron directo a un solo stand; en el de Pánico el Pánico lo esperaba Marina para confirmarle sus deseos de publicar el libro. Ariel y sus compañeros, que andaban husmeando stand por stand, fueron los primeros en notar el brillo delator de la buena nueva en los ojos negros de Maximiliano. El mismo brillo que, según describe Ariel, tiene cada vez que entrega un texto nuevo para ser leído en el taller.

Marina reconoce que el momento actual de las editoriales no es bueno, aunque las editoriales independientes autogestionadas surjan a cada momento y de que se publican nuevos libros, con soluciones que no hagan perder calidad, porque siempre hay lectores para este tipo de editoriales. Si bien Pánico el Pánico recibe muchos correos y manuscritos, unos pocos cumplen con las características que privilegia la editorial a la hora de seleccionar qué publicar: que la obra esté bien escrita, que tenga que ver con el catálogo y que el autor o autora esté comprometido con ella, que se involucre en la difusión. Maximiliano y su obra obedecían con creces: ganas y un libro de cuentos ya armado, con un eje que habla del pathos, de esa angustia y de lo que no se dice y que él sabe hacer muy bien, justo para el catálogo. El hecho de que Ariel Idez lo hubiera presentado, siendo él mismo un autor de la editorial, era un valor agregado.

En pocos días, y dado que el precio del papel en ese momento era fluctuante, se firmó el contrato de coedición y se pusieron a trabajar. El diseño de tapa quedó en manos de un diseñador propuesto por Maximiliano, que luego de leer el libro, le entrego una idea que sería la definitiva. Con algo de retraso, el libro salió a imprenta y llegó así el día de la presentación.

La mañana era luminosa. En las redes reaparecieron los flyers como recordatorio del día D de Debut Profesional. También se vieron las primeras imágenes del libro, que ya tomaba cuerpo. Caballito fue sede de la presentación, la cervecería Hölle estaba colmada y en la vereda, con el verano que se acercaba, se reagrupaban varios de los asistentes, jarra en mano. Por todos lados se oía el repicar de abrazos, reencuentros que hacía posible un libro. El autor deambulaba por entre la gente, la vergüenza había aminorado. Todos estaban allí y el escritor había dejado ya de ser un secreto. A la hora señalada, en la terraza esperaba Maximiliano, flanqueado por Sebastián Robles y Ariel Idez, a esta altura ya sus colegas. Marina le dio la bienvenida como nuevo autor de la editorial. Sebastián describió el esmero en la creación de los personajes y habló de cierto paralelismo con Stevenson, “el contador de historias”. Un orgulloso y emocionado Ariel definió a Maximiliano como un licántropo literario, que atrapa y no suelta al lector, apoderándose de su cuerpo y de su alma.

Ya había pasado la parte más difícil de la obra: la presentación. A Maximiliano lo había vapuleado un subibaja de emociones que fueron desde la extrema timidez hasta la felicidad de concretar un sueño perseguido; ese, el mismo sueño que llevaba a cuestas la tarde que transpuso un pie en el Matienzo, donde se quitó la gorrita negra y se puso a escribir.

Andrea Leiva, Diciembre 2019

Nota: Pueden encontrar Debut profesional en las librerías que se detallan en la cuenta de Instagram de Maximilano Vázquez @maximiliano.vazq. No dejen de leerlo

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